jueves, 6 de octubre de 2016

El Lawrance de Arabia castellano.

Se llamaba Antonio de Oro, era de Ciempozuelos y fundó El Aaiún cuando el Sáhara era un territorio inexplorado

Fue uno de los militares españoles más sobresalientes de su época. En 1934, con 30 años, ocupó Sidi Ifni cumpliendo órdenes del Gobierno de la República. Más tarde cumpliría su gran sueño: fundar una verdadera ciudad en El Aaiún, adonde llegó con el objetivo de compartirla con los saharauis, a quienes consideraba sus legítimos habitantes. Entre sus grandes amigos se encontraba el venerado Sultán Azul.
 



Por Francisco López Barrios



Para el capitán De Oro el viaje había sido largo y, como en otras ocasiones, fatigoso. Si hubiera podido conocer el futuro, se hubiese contemplado, a él y a sus compañeros, como a los protagonistas de una película de aventuras en el desierto. El viejo Ford de ocho cilindros era el típico vehículo que habría hecho las delicias de Indiana Jones o del galán de una cinta como El paciente inglés. Además, curiosamente, el desierto y el mar son dos espacios románticos por naturaleza, cada uno en su estilo, pero los dos con algo en común: el desplazamiento de las olas o las dunas, impulsadas por el viento, como grandes y mudas oraciones a un Dios lejano. 

 Se sentía inquieto. Desde luego, no era hombre dado a visiones románticas de la existencia. Por lo menos en las formas más superficiales del romanticismo. Y tenía motivos para no serlo. Herido dos veces de gravedad en las campañas de África, recién salido de la Academia Militar de Zaragoza, cuando apenas contaba con algo más de 20 años, conoció muy pronto la dureza de la vida militar. Y aprendió que en la guerra, en aquella guerra de francotiradores y de enemigos que jugaban a favor del terreno, que aparecían y desaparecían como relámpagos sin trueno, había poco espacio para el romanticismo o, al menos, para el romanticismo como versión edulcorada de la realidad. 

Él, a quien muchos todavía conocían como el capitán De Oro, el mítico capitán De Oro que en 1934 había ocupado Sidi Ifni a las órdenes del coronel Capaz, obedeciendo instrucciones del Gobierno de la República, se sabía inquieto y conocía los motivos de su inquietud.

Hubiera discutido con Bertolucci, si hubiese llegado vivo hasta nuestros días, si la enfermedad y la muerte no le hubieran estado aguardando en silencio en una cita trágica e inevitable. Nada de El cielo protector, nada de majaderías por muy basada en textos de Paul Bowles que estuviera la película del italiano.

En el Sáhara el cielo no es protector. El cielo es el enemigo. El cielo es el destructor. ¿El cielo o el sol? Los dos. El cielo, y el sol que todo lo abrasa y todo lo destruye. Eso es, ahí está el miedo, ahí está el motivo de la inquietud del capitán De Oro.

Porque hace años que acaricia la idea. Y ahora piensa que ha llegado el momento de darle consistencia. Hace años que sueña con crear una ciudad de nuevo cuño, una capital para estos territorios en la que sus habitantes encuentren acomodo y remedio frente a los sinsabores de la existencia nómada. Un lugar donde los niños puedan ir a la escuela y los viejos sentarse a las puertas de sus casas cuando la noche hace llegar la brisa marina y el descanso, por fin, se hace posible.

Pero es difícil crear ciudades en el desierto. El calor lo arruina todo. Antonio de Oro no puede olvidar el fracaso del Chej Ma el Ainin, que intentó acomodarse a una vida sedentaria y mandó construir, en el margen del Uadi Uain Seluán, viviendas e instalaciones religiosas. Una especie de complejo, como diríamos hoy, con fortaleza/residencia y mezquita incluida. Sin embargo, y pese al prestigio de Ma el Ainin, al margen de un reducido grupo de sus seguidores, nadie se mostró interesado en seguir su ejemplo.


Es verdad que las caravanas de comerciantes le hacían regalos de sal, telas y comida al pasar por Esmara, que éste es el nombre que le dio a su proyecto de ciudad. Pero también es cierto que algunos años después, por diferentes motivos incluido su enfrentamiento con los franceses, tuvo que abandonar su propósito y encaminarse hacia las tierras más feraces de Tizniz, en las últimas estribaciones del Anti-Atlas, donde murió y fue enterrado en 1911.

El capitán De Oro se sabía minúsculo frente al silencio y la inmensidad sahariana. Dudaba de la conveniencia de sus intenciones, del sentido de las mismas. Su experiencia en el desierto y su “instinto africano” –que le había hecho dominar el árabe y el hasanía y comportarse como uno más de los habitantes del Sáhara– le recomendaban extremar las precauciones sin dejarse llevar por un voluntarismo ajeno al sentido práctico de las cosas. Pero, al mismo tiempo, en lo más íntimo de su corazón, se consideraba, casi sin darse cuenta, como un saharaui más, un amante de aquella tierra descarnada en la que tanto había por hacer.


En realidad, pensó, no era necesario darle muchas vueltas al asunto. En aquel lugar, en el mismo sitio donde había montado su jaima, habían acampado en ocasiones miembros de la tribu de los Izarguien. En aquel enclave de la baja Saguía, poco antes de la faja de dunas que la cruza y la aparta del mar, conocido por los saharauis como Aaiún Medlech, aparecían indicios de una vida lejana y seminómada, probablemente a cargo de miembros de la cabila de los Ulad Besbaá, que llegaron a dominar temporalmente el desierto gracias a las armas de retrocarga que les proporcionaban los comerciantes europeos de Dakar.

No había que darle tantas vueltas a las cosas. Era mejor actuar con decisión y eficacia. Ahora se trataba de dormir, reparar fuerzas y volver lo antes posible con los medios necesarios para poner en marcha su proyecto.

El nacimiento de la ciudad. Después, todo fue rápido. Se proyectó pasar una pista en dirección norte-sur que atravesara el Sáhara, para unir Cabo Juby con Villa Cisneros. El capitán De Oro, que alcanzó en aquellos destinos africanos el grado de teniente coronel, se puso al frente de la nueva expedición acompañado de varios oficiales y zapadores y, tras dar orden de voladura de diversos obstáculos rocosos, estableció en el borde sur de la Saguía un destacamento de policía territorial. Poca cosa: tres pequeñas casas de piedra y barro, techadas con palos de taraje de la Saguía y un poblado de jaimas.



El resto es historia conocida. El comandante Galo Bullón, uno de los mejores amigos y colaboradores de Antonio de Oro, dejó constancia escrita de la fundación de El Aaiún (a finales de 1938), en los siguientes términos: “La clara visión de los asuntos saharianos del teniente coronel De Oro, primer jefe bajo quien estuvo el gobierno de los territorios de Ifni y del Sáhara, hizo que se designase El Aaiún para algo más que un lugar de paso hacia el sur o un destacamento de tropas de policía”.

Se le dio ayuda a los nómadas establecidos para que no tuviesen la necesidad de abandonar el lugar en busca de nuevas zonas de pastoreo, con la consiguiente dejación de los incipientes cultivos. Se realizaron trabajos de alumbramiento de aguas y surgieron manantiales de agua dulce en la orilla sur y de aguas salobres en la orilla norte. Se llevaron arados, se roturaron tierras, se inició una granja avícola y se plantaron los primeros frutales.

La tierra se mostró generosa. El agua, prácticamente inagotable, procede de filtraciones de lluvia en una grandísima extensión, que se filtra desde la capa superficial hasta la capa impermeable, quedando allí a modo de manta subterránea, sin evaporarse, y saliendo al exterior por los manantiales abiertos por la mano del hombre.

El lugar hizo honor al nombre, Aaiún, las fuentes, lugar de manantiales; así debió haber sido en tiempos pretéritos, a juzgar por los restos de palmeras que aparecen al roturar parcelas junto a la Saguía.

Muy pronto, en fin, se establecieron almacenes de sociedades al por mayor, se creó como consecuencia un barrio comercial y la pequeña granja avícola inicial se transformó en una granja de experimentación que servía para impartir clases de agricultura y ganadería modernas, puesto que contaba con gallinas, vacas y porquerizas. Se pusieron en marcha varias escuelas españolas, una Escuela de Artes y Oficios, y se construyó un hospital… Y todo esto sólo seis años después de la ocupación de El Aaiún por Antonio de Oro.

También, para impulsar la incipiente sedentarización, se designó El Aaiún como campamento principal de nuestras fuerzas y sede del Gobierno de una parte del territorio. Así, se establecieron las bases administrativas que iban a requerir muy pronto la presencia de funcionarios y se atendieron las peticiones de los indígenas que se decantaban por las viviendas estables frente sus jaimas tradicionales.



A conciencia. Se realizaron planes de urbanismo, diseñando varios modelos de vivienda cuya construcción pudiera llevarse a cabo por los propios saharauis. Se construyeron cuatro hornos de cal que funcionaban sin interrupción y se buscaron las mejores piedras de los alrededores, excluyendo las salitrosas para que las paredes no rezumaran salitre, al tiempo que se traían de Canarias las maderas necesarias para la construcción de puertas y ventanas y se ofrecían contratos interesantes a maestros albañiles, los cuales podrían enseñar el oficio a los naturales del país.

Aún alcanzó Antonio de Oro, gobernador de los territorios del África Occidental Española desde 1938, a ver los resultados parciales de su labor. Pudo contemplar con sus ojos cómo cada día era mayor el número de saharauis urbanos, propietarios de sus viviendas, buenos cultivadores de pequeños huertos familiares, incipientes comerciantes con mercancías que llegaban de Canarias o de Cabo Juby, e incluso arrendadores de algunas viviendas de su propiedad destinadas a tal fin.

A él, aquellos resultados le llenaban de orgullo. Tanto que empezó a sospechar que la capitalidad de El Aaiún iría para largo, que resistiría los embates del tiempo y la desidia y que, dado el creciente número de habitantes que poblaban sus calles, sería útil para la vida de aquellos seres humanos con cuyos problemas y necesidades se identificaba sin esfuerzo.

El desierto, que había recorrido tantas veces a lomos de camello, vestido con burnús o derraha y tapando sus facciones con el largo turbante saharaui, se rendía a sus proyectos. Era un Lawrence de Arabia español cuando en España apenas se sabía quién era el oficial inglés que organizó a los árabes en su rebelión contra el Imperio otomano.

Un genuino hombre de las dunas para quien el mayor placer consistía en compartir la inmensidad del desierto con sus legítimos y primeros habitantes. Compartir el agua de los oasis, el frío de las noches, el primer calor del amanecer.

Recordaba sus conversaciones en Esmara con el Sultán Azul, al que le unía una gran amistad y que al principio puso en duda la viabilidad de sus intenciones. Y se sabía hermano de los hombres azules, de los hijos de las nubes, como se llamaban a sí mismos los habitantes del territorio por su continuo deambular en pos del agua dulce.

Escribía a diario con su máquina de caracteres árabes, perfeccionaba sus conocimientos de hasanía, el árabe dialectal común entre los habitantes del desierto y, fruto de sus conocimientos, llegó a publicar un libro sobre las diferencias entre el hasanía y el árabe que se habla en Marruecos, una gramática, vamos, en la que se trasluce la pasión de un autor enamorado de la cultura saharaui.

Hasta que, de pronto, el día 28 de diciembre de 1940, le llegó el momento de cumplir con la cita indeseada. Y el Lawrence de Arabia español, el joven oficial que dedicó su vida a África, encontró la muerte en Tetuán víctima de una repentina y letal septicemia [proceso infeccioso a través de la sangre] que un par de años más tarde hubiera podido curarse con la simple administración de antibióticos.

Pero allí y entonces todo acabó para él. Todo se volatilizó como si del sueño más ligero se hubiera tratado. Como si todos los esfuerzos hubieran sido la sombra de un viento errabundo y absurdo. Aunque los niños de El Aaiún, ajenos a la tragedia, hicieran aquel día sombrío, con sus risas y sus juegos por las calles de la ciudad, el mejor homenaje a su memoria. 

Reina Zaida. Una "mora" reina de Castilla.

Es esta una historia real y verdadera, entre un rey cristiano Alfonso VI y una bella princesa musulmana, hija del rey de taifa de Sevilla, Mutamid. Tal vez sea la mas hermosa historia de amor, no solo de la Castilla medieval, sino de la Castilla de todos los tiempos.

Al rey Mutamid le nació una hija de su esclava favorita. La niña fue bautizada con el nombre de Zaida, y era de una belleza espectacular. Se educó en una corte de cultura refinada y exquisita, recibiendo clases de canto, de música, de poesía, de relaciones sociales… convirtiéndose en una mujer inteligente, discreta, que causaba admiración en cuantos la veían y la trataban. Pero eran tiempos duros para los reinos de taifas, nacidos de la disgregación del Califato. Aunque Mutamid tenía uno de los reinos más fuertes, no por eso dejo de ser tributario de los cristianos el Norte, en concreto de Alfonso VI, que por aquel entonces eran más poderosos que sus desmembrados vecinos del sur.

Cuando Zaida contaba solo 12 años, entró en los acuerdos políticos que su padre intentaba cerrar con el rey castellano. Durante años, los dos reinos fueron aliados y, era frecuente, que los ejércitos castellanos acudiesen en socorro de las tropas sevillanas, principalmente, para sofocar rebeliones internas que solían darse a menudo en los reinos de taifas. Mutamid quiso cerrar el pacto con Alfonso VI y le ofreció lo mejor que tenía su hija Zaida.

Alfonso, que había oído hablar de las muchas virtudes que adornaban a la princesa así como de su singular hermosura, no dudó en aceptar a la jovencita como prometida, si bien para un futuro, puesto que ella era muy niña, todavía, y el estaba casado con Inés de Aquitania.

El rey cristiano aseguró al rey musulmán que el matrimonio no tardaría mucho en celebrarse, pues su esposa, que debía estar enferma, no podía vivir mucho más. La princesa Zaida llevaba como dote, nada menos que numerosas plazas fuertes, lo que si cabe, le hacía aún mas deseable y el monarca castellano no estaba dispuesto a renunciar a ella bajo ningún concepto.

Pero el tiempo pasaba y la boda no llegaba a concretarse, mientras Alfonso VI iba casándose con otras princesas cristianas. Desde el momento en que se vieron Zaida y Alfonso se amaron, pero constituía un escándalo que un rey cristiano se casase con una musulmana, por muy princesa que fuera. El monarca dejo que se impusiesen los criterios de la orden religiosa de Cluny que tenía gran influencia en todas las cortes europeas. Un delegado de esta orden se acercó hasta la corte castellana, para disuadir a Alfonso  de su casamiento con una mora, cuando muy bien podía hacerlo con Constanza de Borgoña, por ejemplo, princesa también y además cristiana.

En 1091 Zaida se desplazó a Castilla con un mensaje desesperado de su padre, Mutamid. El reino de Sevilla estaba en grave peligro de caer en manos de los almorávides, de hecho los dominios sevillanos estaban ya cercados por ellos, y enviaba a su mejor embajadora, Zaida, para que animase al rey castellano a que corriera en su ayuda.

Pero nada se pudo hacer, cuando la princesa andalusí llegó a la corte castellana, se recibieron noticias de que Sevilla había caído y Mutamid, así como el resto de la familia real, eran prisioneros de los almorávides. Zaida quedó sola, en una tierra que le era extraña, y se acogió a la protección de su eterno prometido, el rey Alfonso VI. De ahí a convertirse en amantes, solo había un paso. Ambos se querían, y la pasión que sentía el uno por el otro les acabó de unir definitivamente.

En 1094 tuvieron un hijo, el infante don Sancho, que se convertiría en el heredero de la corona, Zaida decidió renunciar al islamismo y se bautizó con el nombre de Isabel. El rey, su prometido y padre de su hijo, en aquellos momentos estaba casado con Berta de Borgoña, a los que los asuntos amorosos de su esposo, no le importaban ni mucho ni poco.

 Así esperaron otros cinco años más, hasta que en el 1099 murió la reina y Alfonso, cansado de casarse con mujeres que no quería, contrajo, por fin, matrimonio con la amada de su corazón. El 14 de mayo de 1100 se casaron y su hijo quedo legitimado. El rey tenía esposa y heredero, un heredero por el que corría la noble sangre de cristianos y musulmanes, una ocasión de oro para el entendimiento entre ambas culturas.

No pocos arabistas coinciden en describir los esplendores culturales que Zayda introdujo en la corte castellana, donde sabios y literatos muslines abrillantaban, junto al rey, una Castilla de nuevos y frescos aires de sabiduría y exquisitez.




Pero la felicidad para los tres fue muy corta. Apenas siete años después, cuando la reina Isabel, que tenía tan solo 41 años, enfermó y murió al poco tiempo. Alfonso, que ya era muy mayor, quedó desolado, pero ella, por lo menos, se libró del dolor de ver morir a su hijo, un año mas tarde, en la terrible batalla de Uclés. Ese dolor quedó entero para Alfonso, que en un tiempo tan breve, perdió a los dos seres que más quería en este mundo.


Homenajes

Cuenca ha querido reconocer a la que de una u otra forma ha influido en su historia y así, en el pleno del Ayuntamiento del 16 de febrero de 1959, siendo alcalde Bernardino Moreno Cañadas, se adoptó el acuerdo de otorgar una calle en el Polígono de Los Moralejos, en el Cerro Pinillos, a la Princesa Zaida. Actualmente es una de las principales calles céntricas de Cuenca.
En Madrid, Zaida también dispone de su calle, desde el 14 de julio de 1950, siendo alcalde el Conde Santamarta de Babio. Discurre desde la de Carlos Daban a la de la Oca en el distrito de Carabanchel.

jueves, 29 de septiembre de 2016

Leyenda de Toledo. Mil y una noches.

Toledo es la única ciudad mencionada en la obra de las Mil y una noches. Toledo es una ciudad repleta de historia, misticismo y leyenda. Esto lo vemos en esta leyenda donde se nos narra la conquista de Al-Andalus, con la leyenda de la mesa de Salomon y el conocimiento de esta ciudad donde siempre se reunieron grupos de alquimistas, místicos etc para conocer sobre el conocimiento que siempre guardó esta ciudad.




"Me han contado, oh rey feliz, que hubo una ciudad llamada Toledo que fue capital de los francos* y poseía un alcázar que permanecía siempre cerrado. Cada vez que fallecía un rey cristiano, al sucederle otro, le ponían un candado más, y con eso la puerto llegó a reunir veinticuatro. Pero entonces ascendió al trono un hombre que no era de la casa real y quiso abrir los candados para ver aquello que tan celosamente se guardaba en el castillo. Los notables del reino trataron de impedirlo, se le opusieron y resistieron pero el rey no les hizo caso y aunque le ofrecieron todo tipo de objetos de valor para evitar que abriese el alcázar prohibido, él no cejó en su propósito, diciendo que iba a ver lo que allí se custodiaba.

El rey terminó violando la puerta, encontrando dentro del castillo pinturas en las que aparecían los árabes representados con sus caballos y camellos, llevando en sus cabezas turbantes a medio caer, con las espadas en el cinto y lanzas largas en la mano. También halló un escrito que decía "Los árabes dominarán este país cuando se abra esta puerta: su aspecto es semejante al de estos dibujos. Cuidado... mucho cuidado... con abrir esta puerta.

Actuales Cuevas de Hercules donde se ambienta la leyenda

Aquella ciudad estaba ubicada en Al-Andalus y fue conquistada por Tariq ben Siad en ese mismo año, siendo califa Al-Ualid  ben Abd el-Malek, uno de los Omeya, y dio muerte a aquel rey de mala manera, asolando el país, haciendo prisioneros a las mujeres y jóvenes que vivían allí y apropiándose de sus bienes como botín.

Encontró un enorme tesoro en la ciudad: más de ciento setenta diademas de perlas y jacintos, piedras preciosas y un salón de audiencias tan grande como para que los jinetes celebraran allí sus fiestas. También halló vasijas de oro y plata imposibles de describir y la mesa que había sido del rey Salomón, hijo de David (la paz sea con ambos). Se dice que era de esmeralda y que todavía se conserva en la ciudad de Roma.

Arca de Salomón.
La vajilla era de oro y los platos de crisolita y gemas. También encontró el Libro de los Salmos, escrito en letras griegas sobre hojas de oro adornadas con piedras preciosas, y otro libro en el qeu se describían las propiedas de los minerales y las plantas, y que trataba de las ciudades, las granjas, los amuletos y la alquimia, todo lo cual estaba escrito sobre oro y plata. Un tercer libro explicaba el arte de tallar rubíes y otras piedras preciosas, la preparación de venenos y antídotos, y la figura de la Tierra, los mares, los países y yacimientos.

Vio también un gran salón repleto de elixires, bastaba un dracma de ellos para transformar mil dirhams de plata en oro puro. Y un enorme espejo redondo, extraordinario, hecho por el  profeta Salomón, hijo de David (la paz sea con ambos) en una aleación de metales. Cuando alguien se miraba en él, veía claramente los siete climas de la tierra habitada. Y encontraron un salón repleto de topacios persas como ni pueden describirse. Y todo esto fue transportado hasta donde se encontraba Al-Ualid ben abd-el-Malek.

Los árabe se diseminaron por todas las ciudades de Al-Andalus, un espléndido país. "


lunes, 29 de agosto de 2016

A la caza del tesoro visigodo que los nazis se llevaron

Interesante artículo que pudimos leer esta semana en ElPaís sobre el expolio sufrido en Castilla y de como este patrimonio no ha vuelto aún. En tierras de Riaza todos conocen el expolio de Castiltierra, una necrópolis visigoda excavada en los años 30 y 40 y saqueada durante décadas. La falange española convenció al mismísimo Himmler de que esos huesos y ajuares serían de enorme valor para apuntalar la tesis de la supremacía racial de los nazis. Los alemanes se las llevaron





Cuenta Aurelia de la Iglesia que su padre participó hace décadas en la excavación de la necrópolis de Castiltierra (Segovia). Que desenterró seis copas de oro y se las dio al jefe de la expedición. “A cambio recibió un vestido rojo que hemos llevado todas las primas”. En su pueblo, Pajares de Fresno, “el vestido rojo de los arqueólogos” es célebre. En la comarca todos conocen el expolio de Castiltierra, una necrópolis visigoda excavada en los años treinta y cuarenta y saqueada durante décadas. Muchos campesinos dieron con auténticos tesoros cuando araban sus campos. Hubo espabilados con detectores de metales que encontraron sortijas y broches. El resultado fue la desaparición de reliquias de gran valor. Lo que diferencia Castiltierra de otros yacimientos es que parte del botín acabó en la Alemania nazi. La falange española convenció al mismísimo Heinrich Himmler de que esos huesos y ajuares serían de enorme valor para apuntalar su tesis de la supremacía racial. No lo consiguió, pero por el camino los alemanes se llevaron piezas que nunca volvieron y que España quiere ahora recuperar.

Localización de Castiltierra en Segovia.
Sergio Vidal, responsable de Antigüedades Medievales del Museo Arqueológico Nacional, explica que Castiltierra es una de las necrópolis más importantes de la época visigoda en la península. “El expolio ha hecho que algunas de las piezas estén fuera. Durante las excavaciones de [Julio Martínez] Santa-Olalla, se enviaron decenas de objetos a Alemania para restaurar y no regresaron”. Ahora tratan de “recabar pruebas” para demostrar que el material viajó a Alemania “de forma temporal”.

Fíbula de Castiltierra, siglo VI, Germanisches Nationalmuseum.


A las afueras de Castiltierra, donde está la necrópolis, al pie de la ermita del Corporario, nadie diría que se esconde un vergonzoso fragmento de la Historia. No hay carteles ni señales que adviertan de la necrópolis. Apenas girasoles, trigo y tierra yerma, en las faldas del Cerro del Moro, la colina que fue testigo de una sangrienta batalla. “Siendo yo niña, allí aparecían muchos huesos. Está claro que murió mucha gente”, recuerda De la Iglesia. Rafael Fernández, alcalde del vecino Fresno de Cantespino, también encontró restos. “Había un montón de tumbas. De cualquier sitio que se cavaba salían cosas. Sortijas, asas de cubos y, sobre todo, collares. Pero nadie le daba importancia. Cualquiera se llevaba lo que le daba la gana”. En el Ayuntamiento guarda una copia del listado de jornales de los que desenterraron la necrópolis en los treinta. En ella, aparece el padre de De la Iglesia, que cobró 120 pesetas por 24 jornadas en las excavaciones que dirigieron Emilio Camps y Joaquín María de Navascués (1932-1935) y de cuyos hallazgos ha publicado este año el Museo Arqueológico Nacional un detallado recuento. Seis años más tarde, vino la expedición hispano-alemana de Santa-Olalla.

El Adelantado de Segovia del 21 de octubre de 1940 titulaba: “Madrid ha tributado un recibimiento entusiasta a Heinrich Himmler”. En un subtítulo, explicaba: “En El Pardo, el Reich-Führer fue recibido por el Caudillo”. Durante esa visita a España, Santa-Olalla fue el guía y traductor del capo de las SS: había sido lector universitario en Bonn en los veinte y hablaba alemán.
Un relato de la vinculación de Santa-Olalla con la Alemania nazi lo escribió hace ocho años Jacinto Antón en este diario tras la publicación de una investigación de Francisco Gracia, Catedrático de Prehistoria de la Universidad de Barcelona. “Santa-Olalla y Himmler coinciden en su interés por el mundo visigodo por cuestiones profesionales e ideológicas. Para vincular ambos regímenes era útil encontrar elementos que conectaran España y Alemania al mundo visigodo y a las migraciones germánicas”, explica Gracia. Castiltierra es otra prueba de que la arqueología fue un apoyo esencial a la ideología nacional socialista, cree Gracia.
Durante la visita de Himmler a España, el arqueólogo español le acompañó a Toledo, al Escorial, al Prado y al Arqueológico. En el programa figuraba una visita a Castiltierra el 22 de octubre de 1940, saliendo a las 10.30 de Segovia. Días antes de la llegada prevista de Himmler, Santa-Olalla envió a trabajadores a abrir tumbas de la necrópolis para agasajar al invitado. “Se buscaron en la zona obreros rubios y altos para que Himmler viera la vinculación germánica”, apunta Gracia. El alemán, sin embargo, nunca pisó Castiltierra. La visita se canceló por lluvias y retrasos en el programa.
Aun así, el interés alemán por los restos no cedió. En agosto de 1941 Joachim Werner, subdirector del Instituto Romano-Germánico de Fránfort, participó en las excavaciones dirigidas por Santa-Olalla e informó a Himmler. Exhumaron 401 sepulturas, según el Arqueológico. Un representante de la Gestapo en España y dos de la embajada alemana estuvieron presentes, cuenta Gracia.
El material fue enviado a Alemania por valija diplomática de Exteriores para su estudio y restauración. Eran sobre todo objetos metálicos: fíbulas, broches, adornos personales, según Gracia. Fueron a Berlín, a la sede de la Ahnenerbe, el brazo de las SS dedicado a demostrar las teorías raciales de Hitler, y de allí se repartieron a Nuremberg, Colonia y Viena.
El material de bronce estaba en mal estado y en Alemania se ofrecieron a someterlos a los procesos químicos necesarios. El viaje de los objetos fue en teoría una asistencia técnica, pero formaba parte de una colaboración más amplia que incluía conferencias, intercambio de investigaciones y fotos. Sin embargo, el entusiasmo hispano alemán por Castiltierra pronto se desvaneció. El régimen nazi tenía otros frentes que atender, en particular el sur de Rusia, Ucrania y Crimea, donde saquearon museos y tumbas visigodas.

Sin inventario

El documento publicado por el Arqueológico detalla que solo volvió a España “una mínima parte” de aquel material. Indica que gran parte de las piezas se encuentra en el Germanisches Nationalmuseum de Núremberg y un número menor en Viena, y que, fruto de esas excavaciones, ingresaron en el Arqueológico Nacional con la colección Santa-Olalla, en 1973, “unas cajas con cráneos y otros restos óseos descontextualizados”. Añade que “reiteradas peticiones y gestiones a través de la Embajada de España no dieron resultado alguno”.


El arqueólogo español Julio Martínez Santa-Olalla y el dirigente nazi Heinrich Himmler analizan la colección visigoda del Museo Arqueológico Nacional, en Madrid, en octubre de 1940


Harman Sassman, de la Universidad de Viena, concluyó en 2012 que “los hallazgos visigodos del Instituto de historia primitiva de Viena proceden con alta probabilidad” de la campaña de Santa-Olalla. Afirma que llegaron allí de mano de un coleccionista privado, Karl Mossler. Señala también que Werner, el alemán que excavó en Castiltierra, estudió durante dos semestres en Viena.


Gracia cuenta que parte del problema es que el material no se inventarió, y que los que abrieron las cajas en Alemania no podían saber a quién correspondía cada pieza. “No es posible saber qué es lo que falta”. A ello se le añade la aparición de supuestas falsificaciones.
Fernández, el alcalde de Fresno, cuenta que en Castiltierra a nadie le importó que aquello se enviara a Alemania: “Eran cosas que estorbaban”. Con el tiempo, su valor es evidente. “Hace 10 años arreglamos los alrededores de la ermita y salieron muchísimos huesos. Si excavan ahora, seguro que todavía encuentran de todo”, piensa el alcalde. Y asegura que hace años le pidieron a la Junta de Castilla y León fondos para un proyecto en el que reproducirían la necrópolis, pero les dijeron que era muy caro.
Vidal, del Arqueológico, explica que están “tratando de recuperar trámites que se hicieron hace tiempo para conseguir pruebas de que el préstamo era temporal”. Primero, cuenta, hay que localizar las piezas y ver su estado legal. Al haber pasado muchas décadas, los arqueólogos temen toparse con la usucapión, cuando la propiedad prescribe con el paso del tiempo. Un vistazo por Internet da una idea de la dispersión de los objetos. Aun así, asegura que la mayoría de las piezas de Castiltierra descansa en el Arqueológico y no en el extranjero. El experto cree que en Castiltierra “merecería la pena hacer sondeos” para saber qué queda enterrado. “El interés científico es evidente, pero son las instituciones las que tienen que valorar si se muestra al público, porque eso requiere mantenimiento, seguridad…”.
Aurelia de la Iglesia y la legión de parientes de los pueblos de la zona viven ajenos a los vaivenes legales. “Mire, aquí todos vivíamos pobremente. Cuando vinieron los arqueólogos se presentó una gran oportunidad. Los del pueblo sembraban por la noche y durante el día iban a cavar las tumbas”. Aquello forma parte de un pasado remoto. Su presente es otro. El domingo acudirán en procesión a la ermita de Castiltierra, a venerar al cristo del Corporario, edificada sobre los terrenos que Himmler nunca llegó a pisar.

Fuente
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/08/27/actualidad/1472303667_659846.html?id_externo_rsoc=FB_CM

viernes, 12 de agosto de 2016

Jornaleros de la Moraña, en lucha.

Documento histórico sobre la lucha de los jornaleros de la Moraña. No olvidemos que a diferencia de otros jornaleros, los castellanos no entraron en el programa del PER y que nos han desmantelado nuestras industrias y nuestra ganadería en muchas comarcas para dejarnos en el régimen de muerte crónica de la cual DEBEMOS salir para dar un futuro digno a nuestra tierra.


"Común es el sol y el viento, común ha de ser la tierra que vuelva común al pueblo lo que del pueblo saliera. "

sábado, 25 de junio de 2016

El Batallón ''Comuneros de Castilla'

Articulo extraído del Libro ''El Valor de un Juramento'' de lo autores Javier Rodríguez González y Enrique Berzal de la Rosa.



Este batallón constituye, sin duda alguna, la unidad de milicias castellano y leonesas que, tanto en su origen y composición inicial como en el mantenimiento a lo largo de toda la guerra de clara conciencia de identidad regional, presenta unas características más nítidas y definidas como representativa del comportamiento del voluntariado castellano y leonés que pudo ofrecer resistencia a la sublevación y participar activamente en la contienda.

A lo largo de la guerra formaron parte de ''Comuneros'' un número de hombres superior a los 2.200, manteniendo siempre los de origen castellano y leonés un porcentaje en su composición cercano al 70 por 100. Pero quizás sea más significativo el considerar que en el período de los primeros meses de guerra – en que se configura como unidad típicamente miliciana- pasaron por la misma 1.503 hombres, dos tercios de los cuales eran originarios y residentes habituales en provincias castellano y leonesas, siendo de destacar también el alto porcentaje de madrileños de probable origen castellano y leonés.

El origen de ''Comuneros de Castilla'' se sitúa en los primeros días de la guerra, cuando a iniciativa de los directivos del Centro Abulense, situado en la Calle Fomento, 11, de Madrid, se difunde la convocatoria para formar parte de una ''columna castellana'' para ''combatir contra los rebeldes de las provincias de Ávila, Salamanca, Valladolid y Segovia''. El Centro Abulense edita unos pasquines que se distribuyen con profusión en las calles madrileñas, al tiempo que por radio y otros medios alcanza gran eco el llamamiento. En esta publicidad se hace hincapié en la liberación de Ávila y Salamanca.

De manera que en los primero días de agosto -el alistamiento comienza el día 10- han firmado un compromiso de combate un número de hombres y mujeres superior a 200.

Dos son los contingentes iniciales que conforman este colectivo: por una lado un gran número de evacuados del valle del Tiétar y la Sierra de Gredos; por otra parte, numerosos madrileños originarios de las provincias castellanas y leonesas -socios del centro en especial- acuden a inscribirse. Grupos de transeúntes de estas provincias, como es el caso de los atletas salmantinos desplazados a participar en la Olimpiada Popular de Barcelona, también formarán parte del batallón.

El día 23 de agosto la Inspección de Milicias autoriza la formación del batallón en los términos usuales, estableciendo un habilitado y designando sus primeros mandos. Las labores de recluta y organización estarán en manos del Comité de Milicias del Centro Abulense, formado por los componentes de la anterior Junta Directiva. Aval político de estas primeras gestiones es el diputado Casanueva, quien mantenía amistad con el diputado socialista por Ávila, García Muro, fusilado por los rebeldes. El Centro Abulense proporcionó también en un primer momento el equipamiento básico, incluido armamento, imprenta, taller de confección, etc. El apoyo del Centro llegará hasta constituir incluso una banda de música que, hasta su disolución el 30 de noviembre, dará a la unidad un aspecto de especialmente bien equipada. Contará también con un Boletín interno que, con el tiempo, llegará a ser portavoz de la Brigada Mixta en que se integre el batallón.

Durante el mes de septiembre la unidad se organiza y acrecienta el reclutamiento hasta alcanzar un contingente de 692 hombres. Los mandos militares son Salvador Blázquez y A. Montequi, como comandantes, siendo el responsable político ante la Comandancia de Milicias Emiliano García. Los dos primeros comandantes dirigieron las operaciones en que intervino la unidad, a comienzos de octubre, que consistieron en una serie de acciones de reforzamiento del frente de Toledo-Talavera.

Las primeras acciones sobre los pueblos de Griñón, Illescas y Sta. Cruz de Retamar, se saldaron con un fracaso total y el resultado sería una sucesión de retiradas ante el avance de las tropas marroquíes. Tras conatos de resistencia en Fuenlabrada, los restos de la unidad, que queda muy disminuida, se unirán en Carabanchel al esfuerzo defensivo de la capital.

Esta primera fase de actuaciones del batallón reveló, además de ineficacia militar e inadecuación para acciones militares de cierta envergadura, la necesidad de dotar a la unidad de medios adecuados. Se producirán hechos demostrativos de esta nueva orientación: el reforzamiento de efectivos se hará en gran parte asimilando milicianos abulense de unidades menores y de nuevos reclutamientos; así mismo se da una cierta depuración al abandonar el batallón cerca de cien hombres como consecuencia del Decreto de Militarización de 30 de septiembre; supresión de algunos servicios propios como el taller de costura o la banda de música; promoción a puestos de mando – tras protestas habidas por el procedimiento seguido con anterioridad- de personas con experiencia militar o superior de formación; creación de una compañía de ametralladoras... Medidas todas ellas en consonancia con el giro de la contienda y los nuevos dispositivos militares, cuyo paradigma lo constituían en esos días unidades del Quinto Regimiento.

En la Defensa de Madrid el batallón ''Comuneros'' es destinado al frente de la Ciudad Universitaria, junto al Hospital Clínico. Tomará el mando de la unidad, tras la muerte en acción de guerra de los dos primeros comandantes, un veterano militar Julián del Castillo, laureado y con experiencias en Cuba y Filipinas, combatiente voluntario desde julio en el Frente de Extremadura.

Con posterioridad a la batalla de Madrid, el batallón permanecerá durante toda la guerra prácticamente en las mismas posiciones. Integrará, con la denominación de ''60 batallón'', junto a los batallones ''1º de Mayo'', ''Artes Blancas'' y ''Córdoba'' la 40 Brigada Mixta, dentro de la 7ª. División al mando del Teniente Coronel Ortega. Otra unidad con la que mantendrá relaciones permanentes será el batallón 58 '' Milicias Vascas'', al que reforzará en ocasiones con efectivos sobrantes.

Llevará a cabo acciones de importancia a primeros del año 1937 en la zona del Parque del Oeste, pero fundamentalmente su papel será de guarnición de la Ciudad Universitaria dentro de la 7ª División. A Julián del Castilla le sucederá como comandante Ángel Rillo Ruiz, quien será sustituido ya en 1938 por Gregorio Morollón de Cos. Estos últimos son de los alistados en los primeros días y realizan su promoción militar dentro de la unidad.

miércoles, 1 de junio de 2016

Requena capital de Castilla la Nueva 1809-1810

Requena, hoy se encuentra en Valencia por cuestiones politicas y economicas, pero la ciudad castellana fue durante 1809-1810 Capital de Castilla La Nueva.

Los sucesos del 2 de mayo de 1808 en Madrid se conocieron en Requena el día 14 del mismo mes e inmediatamente se convocó una reunión del Ayuntamiento para el día 15, en la que se acordó no reconocer las abdicaciones de Bayona y la Constitución allí aprobada.

Poco después se creó una Junta Gubernativa de Defensa que se dirigió a la Junta Suprema del Reino de Valencia comunicando su lealtad a Fernando VII y poniéndose a sus órdenes. La Junta Suprema de Gobierno de Valencia pretendió formar una barrera defensiva que impidiera el avance francés desde Madrid, concediendo a Requena la capitalidad de Castilla la Nueva y se la exhortó a agregar poblaciones a la causa de Fernando VII.

Entre el 31 de mayo y 6 de junio se consiguió la adhesión de Utiel, Minglanilla, Motilla del Palancar, Alcalá del Jucar, Olivares del Júcar, Villanueva de la Jara, Iniesta, Santa Cruz de Moya, entre otros que más adelante formarán parte del Distrito Militar de Requena.

 El 14 de junio, huyendo de los franceses que habían tomado Cuenca, la Junta Gubernativa de esa ciudad se refugió también en Requena, de donde salieron el día 23 de ese mes, tras la batalla del Pajazo y la ocupación de Requena por el Mariscal Moncey. Pasado el peligro, se instaló en nuestra población dicha Junta, que junto a la requenense se denominó la Junta Suprema de Castilla la Nueva, instalándose aquí también su imprenta. También la Junta Suprema de Aragón se instaló en Requena a finales de año, alternando con Utiel y Landete en su cometido.